Dentro de dos días es el día internacional del trabajador, un primero de mayo como cualquier otro, y esto es realmente lo que me preocupa. Un cuarto de siglo ha pasado ya desde que cambiamos de milenio, lo que significa que hace más de cien años que se consiguieron derechos laborales fundamentales como la jornada de 8 horas diarias. Derechos que costaron vidas y un sacrificio enorme de la clase obrera que gracias a las huelgas y a la lucha colectiva consiguió dar pasos de gigante para lograr una vida un poco más justa, aunque tampoco demasiado. ¿Realmente hemos evolucionado en esta materia?
No podemos negar que los avances en derecho laboral han sido un éxito en nuestro país, sobre todo después de la dictadura, cuando se consiguieron derechos fundamentales tan básicos como los de la huelga y de libertad sindical. En todo este periodo el mercado laboral ha sufrido cambios constantes, se han destruido millones de empleos a la vez que se creaban otros nuevos, ha nacido el teletrabajo, y la industria tecnológica acapara el mayor auge del mercado hasta la fecha. Pero no es oro todo lo que reluce. También ha aumentado la edad de jubilación, seguimos teniendo el desempleo juvenil más elevado de la Unión Europea, los salarios, a pesar de haber aumentado considerablemente los últimos cinco años, siguen sin equipararse al coste de la vida, y la jornada laboral ha disminuido apenas un 5% en sectores muy concretos y escasos.
Podríamos escribir una tesis doctoral sobre la evolución de los derechos laborales, pero seré breve y conciso. Llevamos más de un año escuchando debates a favor y en contra de algo tan superfluo como reducir la jornada laboral a 37,5 horas semanales (algo que gracias a los convenios colectivos ya existe en varios sectores productivos). Si hemos tardado tanto tiempo en hablar de trabajar media hora menos al día, podéis haceros una idea de lo descabellado que sería para algunos poner sobre la mesa la problemática de seguir sometiendo a la clase obrera a vivir para trabajar. Parece que ya ni si quiera la izquierda se atreve a cuestionar un sistema productivo capitalista en el que por muchos avances tecnológicos que haya la clase obrera sigue siendo esclava de una sociedad construida para satisfacer los caprichos de la minoría más poderosa.
La dignidad es un derecho humano que se posee por el simple hecho de haber nacido, y no se gana por matarse a trabajar. Así que respondiendo a la pregunta del título, evidentemente el trabajo NO dignifica a la persona, mucho menos si entendemos el trabajo como el simple hecho de vender tu fuerza productiva a otros para percibir a cambio un salario que muchas veces ni si quiera satisface tus necesidades básicas. Porque estamos tan alienados que se nos olvida que la fuerza de trabajo es mucho más que aquello que hacemos para producir y cobrar un salario, que las tareas del hogar también son un trabajo, al igual que muchas otras actividades que realizamos día a día y no se aprecian ni valoran.
Así que este primero de mayo por muy positivos que estén algunos celebrando pequeños avances os animo a recordar que dejar morir la lucha colectiva es darse por vencido y asumir que hemos nacido para ser productivos y morir sin haber hecho otra cosa que contribuir a un sistema que se nutre de las desigualdades. La clase obrera unificada es la única capaz de lograr grandes cambios, ya lo hizo la generación de nuestros abuelos, no dejemos que una minoría poderosa nos domine con discursos vacíos sobre la falsa meritocracia o los grandes esfuerzos que ha tenido que hacer un mil millonario para llegar donde está (heredar y explotar mujeres en Bangladesh no es un esfuerzo).
¿Y tú, prefieres seguir viviendo para trabajar, o trabajar para vivir?