martes, 28 de enero de 2025

Del pueblo a la ciudad

Dentro de unos días cumplo 27 años. Un dato que probablemente no os importe en absoluto, lo sé. Pero he pasado la gran mayoría de esos años viviendo en mi pueblo, un lugar maravilloso al norte de León situado justo al comienzo de la Cordillera Cantábrica. He ido al colegio público del pueblo, también al instituto, me he pasado los veranos enteros en la zona con familia y amigos, y a pesar de haberme ido 4 años a la universidad volvía siempre que podía. Ahora me he mudado a la otra punta del país a comenzar una nueva etapa y el contraste no podía ser mayor. Pasar de vivir en un pueblo que no llega a los 2.000 habitantes a la segunda ciudad más poblada de España asusta un poco (me siento Paco Martínez Soria en estos momentos), pero hay oportunidades que no se pueden desaprovechar.

La verdad es que a menudo caigo sin darme cuenta en la romantización del mundo rural, de mi tierra y mis raíces. Pero lo triste es que cada vez hay menos futuro en los pueblos, las opciones de trabajo escasean más y los servicios públicos a menudo brillan por su ausencia. He intentado hacer de todo en estos últimos años para evitar algo que por desgracia no está en mis manos ni en las de la mayoría de habitantes de los pequeños municipios, y hasta de las pequeñas ciudades. Por eso siempre digo que la gente no se va de los pueblos, la falta de oportunidades es la que echa a esa gente. Precisamente hoy han salido los últimos datos de la Encuesta de Población Activa que sitúan a León como la provincia con la tasa de actividad más baja del país, a penas un 48,2%.

Que conste que yo siempre he defendido la calidad de vida de residir en una zona como la mía y lo seguiré haciendo, pero es cierto que si no se hace nada para solucionar este alarmante problema del mercado laboral en las provincias más rurales, la sangría de población que sufrimos seguirá empeorando. Yo soy el primero al que le da rabia, y le resulta irónico, haber encontrado en Barcelona una oportunidad laboral que me pasé meses buscando en León, y esto mismo les ha pasado a miles de habitantes de mi tierra que ahora viven y trabajan en otras provincias, e incluso en otros países. Porque ya no es solo que haya más o menos trabajo, si además el poco que hay es precario la cosa se complica más aún.

En definitiva, soy consciente de que la decisión que he tomado es de carácter personal y me atañe única y exclusivamente a mi, pero siento que como leonés, como habitante de una tierra ya de por sí maltratada, nos obligan constantemente a poner en una balanza nuestros intereses personales y profesionales, además de nuestro cariño y compromiso con nuestro pueblo. ¿Irte en busca de oportunidades mejores o quedarte y luchar con una losa de incertidumbre sobre tus espaldas? Supongo que no son más que divagaciones que hago para intentar no sentirme culpable por haberme ido, aunque no dejaré de hacer cosas que puedan contribuir a mejorar la situación. Creo que es la primera vez que escribo un post tan personal, pero en realidad no soy más que una mera hormiga que forma parte de un éxodo rural que comenzó hace algo más de medio siglo y por desgracia no ha terminado.



martes, 21 de enero de 2025

Recuérdame

Por motivos de logística personal (estoy teniendo unos días muy ajetreados y a penas he tenido tiempo para escribir) he decidido rescatar otro relato breve que escribí hace un tiempo.

"Laura, Estela, Gabriela, Carmen, Luisa… Eran algunos nombres por los que a veces le llamaba su abuela. Algo común en personas de su edad, pensó ella. La verdad es que Adela era la nieta que toda abuela querría tener, tan atenta, tan simpática. Acompañaba a su abuela a misa, a pesar de no creer en ningún tipo de religión, iba a visitarla muy a menudo, tenía charlas interminables con ella… Incluso se mostraba siempre feliz en su presencia, ocultando su preocupación por aquella palabra que no se atrevía a pronunciar. A pesar de tener tan solo 16 años, Adela era consciente de que aquel problema, tarde o temprano, iría a más. Todo empezó por culpa de aquel dichoso paño de cocina. A nadie se le ocurriría pensar que algo tan insignificante podría ser un detonante para detectar, más bien intuir, un problema tan serio.

Aquella tarde Adela encontró en la calle, cerca de la puerta, el paño de cocina. Extrañada lo recogió, pensando que se le habría caído a su abuela sin darse cuenta. Esa tarde el cielo estaba mustio, parecía que en cualquier momento comenzaría a llover, sin embargo, la tormenta se desencadenó en aquella cocina.

—Abuela, se te debió caer esto en la calle —le dijo Adela con tono tranquilo.
—Mentira, lo dejé en la cocina —respondió su abuela bruscamente.
—No abuela, estaba en la calle —repitió Adela, esta vez algo preocupada.
—¡He dicho que estaba en la cocina, niña impertinente! —

El silencio se hizo por toda la casa en un instante. A sus dieciséis años Adela jamás había visto a su abuela enfadada. Tal fue su reacción que tuvo que irse corriendo al servicio para llorar a solas. No entendía qué estaba pasando, quién era esa mujer que la había gritado en la cocina, pues se negaba a admitir que era su propia abuela. Desgraciadamente no tardó mucho en enterarse de lo que se avecinaba. Al día del paño de cocina le sucedieron el día de las pastillas en el suelo, el día de los grifos abiertos, y la gota que colmó el vaso, el día que a su abuela se le olvidó apagar la cocina de gas. Suerte de la Felisa, su abuela, que una vecina olió algo raro y fue corriendo por si había pasado algo.

Pasaban los días y Felisa no mejoraba, por lo que finalmente los padres de Adela decidieron llevarla a una residencia especializada en casos similares, casos sobre aquella palabra maldita, Alzheimer. La pobre adolescente a veces se echaba la culpa de todo aquello, creía ser la responsable de que comenzase la pesadilla de su abuela, si no hubiese dicho nada sobre aquel dichoso paño de cocina… Tardó un tiempo en comprender que aquella enfermedad se habría apoderado de Felisa igualmente de un modo u otro.

Un día su abuela enfermó. Ya hacía varias semanas que no podía andar, y a penas se acordaba de comer, a pesar del empeño de las enfermeras que cuidaban de ella. Aquel día Adela fue a visitar a su abuela, como solía hacer muchas tardes, a pesar de que ya no era capaz de reconocerla. Cruzó las puertas de aquella residencia con una sonrisa en la cara, sin saber que aquella sería su última visita.

—Buenos días abuela —dijo Adela al entrar en la habitación. No obtuvo respuesta, aunque tampoco la esperaba, pues la mayor parte del tiempo Felisa no hablaba.
—Sé que no te acuerdas, pero hoy es mi cumpleaños, cumplo diecisiete. Mamá y papá querían llevarme a comer por ahí, pero les he dicho que mi regalo de cumpleaños sería pasarlo contigo, espero que no te importe —le susurró al oído.

Adela pasó la tarde entera con su abuela, leyendo el que fuera el libro favorito de Felisa en su juventud, Fuenteovejuna. Al llegar el ocaso una enfermera entró en la habitación advirtiendo a la joven de que ya era hora de irse. Pero justo antes de levantarse notó que alguien agarraba su muñeca. Felisa hizo un gesto a su nieta a fin de que se acercase a ella. Cuando el oído de Adela estaba lo suficientemente cerca de sus labios susurró "feliz cumpleaños", y con la tranquilidad con la que un pájaro se posa en una rama, cerró los ojos y no despertó."


martes, 14 de enero de 2025

Dinero "verde", futuro gris

Hoy quiero hablaros de uno de los temas que más me preocupa últimamente y que por desgracia en mi tierra cada vez es un problema mayor. Como persona que se preocupa por el medioambiente me hierve la sangre tener que soportar la hipocresía de las instituciones públicas y empresas privadas que anteponen 4 duros siempre por encima del interés general y de los entornos naturales. Por desgracia hay tantos ejemplos de este tipo que podría escribir un libro solo de ello, pero aquí os dejo algunos cercanos.

La empresa Repsol planea instalar dos parques eólicos en la Sierra de Gistredo y el Alto Sil, en la comarca de El Bierzo. Este cónclave natural es hábitat del oso pardo y del urogallo, especie protegida que está en peligro crítico de extinción. Los alcaldes de Bembibre, Igüeña y Noceda han dado el visto bueno a este proyecto porque consideran que el dinero es más importante que el bien más preciado que tienen en su tierra, la flora y la fauna. Las vecinas y vecinos de la zona, así como varias plataformas de asociaciones y algunos partidos políticos ya han mostrado su rechazo absoluto ante este despropósito, y están pidiendo firmas para presentar alegaciones contra el proyecto. Podéis obtener más información aquí.

En San Justo de la Vega (León) la Junta de Castilla y León pretende construir un macrovertedero con capacidad para cinco millones de toneladas de residuos industriales, de los que al menos el 20% serían peligrosos. Se ubicaría, para más inri, entre dos arroyos, contaminando millones de litros de agua superficial y subterránea, y cuyo impacto medioambiental (aún en trámite) perjudicaría a los habitantes de este lugar que ya llevan tiempo manifestando su malestar por este proyecto que, espero de corazón, no salga adelante.

La reserva natural de Lagunas de Villafáfila, en Zamora, también está en grave peligro debido a una planta de hidrógeno 'verde' que pretende extraer 117.000 metros cúbicos de agua de los acuíferos que descargan en estas lagunas. Este paraje natural es fundamental para el ecosistema de la zona y parada de miles de aves migratorias, albergando la mayor población de avutardas del mundo. Todas estas aves pueden verse gravemente afectadas por el expolio de millones de litros de agua que utilizaría esta planta de hidrógeno. ¿Podemos llamar verde a un proyecto que atenta contra la biodiversidad de una zona? Yo desde luego no me atrevería a tanto. Podéis leer más sobre ello y firmar una petición para proteger este lugar aquí.

El cuarto y último ejemplo que quiero compartir afecta directamente a una localidad de mi municipio, concretamente al pueblo de Oville en Boñar. Hay una empresa interesada en reabrir una mina a cielo abierto en el monte de este pueblo, cerca de las casas de los vecinos que podrían verse afectadas por la actividad de esta mina. Por desgracia estos vecinos conocen bien los problemas que genera este tipo de actividad, ya que actualmente hay una mina activa en la localidad de al lado (Valdecastillo), que ha provocado en reiteradas ocasiones problemas a los vecinos. Todo esto con el beneplácito del ayuntamiento, cuyo alcalde asegura que este proyecto es bueno porque genera riqueza y trabajo. ¿Pero cuánta riqueza hace falta para silenciar a los vecinos de un pueblo que jamás se ha visto beneficiado de tener una mina al lado de sus casas? Si la mina que ya hay activa no ha conseguido jamás paliar las consecuencias de la despoblación, ¿por qué esta iba a ser diferente?

No tengo fuerzas para seguir poniendo ejemplos de algo que me parece un atentado contra el medioambiente y, en ocasiones también contra los habitantes de estos lugares. Estoy cansado de que llamen verde y sostenible a todo proyecto que para llevarse a cabo arrasa con la fauna y flora de miles de hectáreas a su paso, de que siempre sean los mismos lugares (en este caso ejemplos de la Región Leonesa) los que sufren las consecuencias, todo para que esa falsa riqueza que se genera acabe a cientos de kilómetros. Nuestra vida no vale menos que la de los demás por estar en tierras que empresas y entidades públicas consideran de extracción, y vamos a luchar hasta que no nos quede aliento para protegernos de toda amenaza contra nuestra biodiversidad. 




martes, 7 de enero de 2025

Esperanza

Después de mucho pensar me he dado cuenta de que en este nuevo blog aún no he publicado ningún relato, así que he querido rescatar uno que escribí hace ya algunos años y tenía olvidado en un cajón.

"Era una fría tarde de otoño, una más en la que Lucas podría pasarse horas, que le parecían minutos, mirando por la ventana cada copo de nieve que se posaba sobre el asfalto. Algo que inexplicablemente le hacía feliz. Al anochecer le gustaba leerle algún libro a su compañero de habitación, aunque le decían que no podía escucharle, pero él lo hacía de todos modos. Otro de los momentos que más disfrutaba Lucas era cuando su madre o su padre iban a visitarle, algo que ocurría prácticamente a diario. También le entusiasmaba conversar largo y tendido con la abuela de su compañero, a quien consideraba casi como su propia abuela, pues habían pasado tanto tiempo juntos que así lo sentían ambos. A parte de las visitas, la habitual lectura nocturna, o mirar por la ventana, poco más se podía hacer en aquella habitación de hospital.

El personal de enfermería a veces le llevaba alguna sorpresa a Lucas, organizada por asociaciones contra el cáncer infantil para hacer más amena y divertida su estancia en aquel lugar. Él disfrutaba mucho con ello, era un niño muy agradecido, pero sentía mucho no poder compartirlo con su compañero Roberto, que perdió a sus padres en el accidente de coche que le dejó en coma. Los médicos, que consideraban a Lucas un niño bastante maduro a pesar de tener solo 11 años, a veces le explicaban que era imposible saber si su compañero despertaría algún día, aunque él al igual que su abuela nunca perdió la esperanza.

Pasaron los días y llegó el mes de diciembre, que trajo consigo una nevada tan invernal que tuvo al entusiasmado Lucas una semana pegado a la ventana. Un día entre aquel temporal apareció su madre, que fue a hacerle la habitual visita, pero esta vez era algo más especial, pues le preguntó a su hijo qué le gustaría que le regalasen esas navidades. El muchacho, que ya se esperaba esa pregunta, sorprendió a su madre respondiendo que se lo dejaría por escrito pero que no podría leerlo hasta el mismo día de Navidad, esa era su única condición. Y así hicieron, Lucas escribió en una carta el regalo que deseaba aquellas fiestas, y su madre le prometió que no lo leería hasta el día 25.

Pero el destino quiso que una piedra más se interpusiese en su camino, y unos días antes de esas fechas tan señaladas la enfermedad del pequeño Lucas empeoró. Su madre y su padre estuvieron con él todo el tiempo, sin separarse de la cama de la que a penas se podía levantar.

—Mamá, papá, tengo que deciros algo— dijo a penas sin aliento.
—Dinos cariño— le respondió su padre cogiéndole la mano.
—Quiero que sepáis que os quiero mucho, y no quiero que estéis tristes cuando yo me vaya.
—No digas eso cielo, no te irás a ninguna parte, saldremos de esta, ¿de acuerdo?— contestó su madre casi entre sollozos.

El chico asintió porque no quería ver llorar a su madre y a su padre, aunque por dentro tenía la sensación de que aquello no tenía solución. Era algo que llevaba semanas barajando, y a pesar de asimilarlo con fuerza no podía evitar sentir algo de miedo. Las horas siguientes se hicieron eternas, y por más que ansiaban la recuperación de su hijo Rodrigo y Amelia veían a través del húmedo reflejo de sus lágrimas cómo Lucas empeoraba por momentos, hasta que aquel pequeño ser de luz no pudo más, e instantes antes de apagarse por completo dedicó una última sonrisa a quienes fueron las personas más importantes de su vida.

Finalmente llegó el día de Navidad, y una mujer que intentaba sobrevivir a la peor tragedia que le puede ocurrir a una madre cumplió la última promesa que le hizo a su hijo, y comenzó a leer su carta:

Queridos mamá y papá, sé que este año ha sido muy difícil para los tres por culpa de mi enfermedad. Tampoco creo que esperéis de mi lo mismo que del resto de niños, pues mi situación es diferente y especial. Recuerdo cómo cada año esperaba la Navidad muy contento porque podría pedirme juguetes para divertirme como cualquier otro niño, pero este año todo es diferente. He aprendido cosas que no esperaba saber tan pronto, y por ello quiero que este año mi regalo no sea para mi. Tengo la corazonada de que no voy a poder recuperarme, aunque espero equivocarme. Si por desgracia estáis leyendo esto sin mi quiero pediros que cumpláis mi deseo, ya que yo no podré hacerlo más. Este año lo único que anhelo es que Roberto se despierte. Sé que eso no está en vuestras manos y que no depende de vosotros, pero prometedme que haréis lo posible por mantener la esperanza, la que siempre tuvisteis conmigo y yo tuve con él. Ningún niño merece tener una vida tan corta, algo que desgraciadamente ya sabréis. Espero que nunca olvidéis que os quiero mucho, porque yo nunca lo haré. Lucas.

Y así fue como, desde aquellas fatídicas navidades, Rodrigo y Amelia siguieron visitando aquel hospital para cumplir el deseo de su hijo, dándole a Roberto el cariño fraternal que tan pronto le fue arrebatado, recordando a un hijo que nunca se iría del todo."