martes, 17 de junio de 2025

No quiero reciclar

Papel y cartón al contenedor azul, plástico y envases al amarillo, el vidrio hay que tirarlo en el verde, separar también la basura orgánica del resto... La teoría la sabemos de memoria porque llevamos muchos años escuchando cómo llevar a cabo el reciclaje diario de todos los residuos que producimos. Y si se te olvida no te preocupes, tienes un sinfín de anuncios bombardeándote sobre la importancia de hacerte responsable de ese reciclaje. ¿Pero hasta qué punto estás dispuesta a colaborar?

Puede que el titular de este artículo os descoloque un poco, pero espero que acabéis entendiendo el mensaje. Cada año se producen más de 400 millones de toneladas de plástico, lo que equivale aproximadamente al peso de 400 millones de coches. Alrededor de la mitad de esos plásticos se utilizarán una sola vez, y luego irán a la basura (sí, al amarillo). Una parte (pequeña) de esas cantidades se recicla, la mayoría acaba en lugares como la isla de basura del Pacífico, contaminando ecosistemas enteros y poniendo en peligro la flora y fauna marinas. Cada año reciclamos más, y cada año aumenta el volumen de basura que contamina nuestro planeta, ¿por qué? ¿Qué estamos haciendo mal?

En primer lugar estamos mirando al dedo cuando nos señalan la luna. Las campañas de reciclaje tienen el fin de reutilizar los residuos que tiran a la basura los consumidores finales de estos productos, poniendo el foco en la responsabilidad individual de los consumidores. ¿Pero qué pasa con los productores? ¿Por qué gastar tantas fuerzas en hacer sentir culpable de la contaminación a millones de personas? Podría hacer un análisis exhaustivo sobre ello, pero la principal razón es evidente; porque es más barato. Son muchas las asociaciones ecologistas las que llevan años haciendo presión social sobre este problema, intentando poner el foco sobre las multinacionales que producen estos residuos para enriquecerse económicamente de ello. Pero los gobiernos de todo el mundo siguen siendo muy laxos y no existe ninguna ley que prohíba comercializar plásticos de un solo uso.

En segundo lugar, hay que reconocer que en este último siglo se han conseguido avances al respecto, pero lo máximo que se ha logrado han sido acuerdos para multar a aquellas empresas que contaminen demasiado. ¿Y qué hacen? Pagar una tasa ridícula para seguir haciéndolo, porque les sale a cuenta comprar contaminación, y mientras tanto las organizaciones gubernamentales pueden venderte el discurso de que "han hecho todo lo que podían para presionar a estas empresas." Pero a las instituciones también les sale más barato hacer recaer la culpa de este problema sobre los pequeños consumidores, hasta el punto de crear empresas de reciclaje que en algunos casos se usan como tapadera para ocultar otro tipo de prácticas abusivas con el medioambiente.

Así que no, no quiero reciclar, quiero que se tomen medidas contundentes y eficaces para que se dejen de fabricar eso productos de los que luego me van a hacer responsable a mi. No quiero que se multe a esas empresas, quiero que se les prohíba llevar a cabo una práctica que está acabando con el planeta. Lo peor de todo es que, como muchos de los que estaréis leyendo esto, sí que me esfuerzo cada día por reciclar, pero quiero que se deje de culpabilizar a la población por no hacer algo que no es responsabilidad suya. Porque no es justo ser tan permisivo con quienes crean el problema y luego exigirle a la parte más vulnerable que aplique soluciones. Reciclar es importante, pero más lo es denunciar los abusos que cometen cada día las élites productivas que se lucran destrozando nuestro planeta.



martes, 10 de junio de 2025

Hoy no hay nada

Hoy no tengo nada preparado para deleitaros, así que sintiéndolo mucho no vais a leer nada interesante por aquí (como de costumbre, por otra parte). Hace más de medio año me propuse publicar una vez a la semana, algo que pensé que no duraría porque no suelo ser tan constante y puntual en general. Para mi sorpresa, salvo una única excepción, llevo treinta martes publicando algo, por muy banal que fuese, o por penosa que llegase a ser la redacción.

Pensé que podría dedicar la semana entera a preparar un artículo, pero entre unas cosas y otras la mayoría de las veces acabo escribiendo algo deprisa el mismo martes después de trabajar, lo que me genera cierta frustración porque soy consciente de que la calidad de los textos no es igual, y tampoco disfruto del proceso tanto como me gustaría. No escribo por obligación, y soy consciente de que no pasa absolutamente nada si no llego a todo y no cumplo con ese calendario mental que me he autoimpuesto, pero también es cierto que lo de las publicaciones periódicas me lo tomo como un ejercicio que me ayuda a recuperar algo de la constancia que, como he dicho al principio, a penas tengo. Así que en cierto modo me viene bien explicar que hoy no hay nada.

Hoy no hay nada porque yo no he querido, porque me negaba a escribir a carreras algo que puedo pulir con más tiempo y publicar cuando me sienta preparado. Tengo una lista con varios temas de los que hablaré a lo largo de las próximas semanas, así que no penséis que se ha esfumado la creatividad, simplemente he preferido dedicar mi tiempo a cosas más importantes que requieren mi atención. Aunque estos días me he planteado hacer un punto y a parte dejando de escribir, pero gracias a un puñado de personas he comprendido que es inútil tirar la toalla simplemente por no llegar a un público determinado. No quiero hacerme mayor y convertirme en alguien frustrado para quien no poder vivir de la escritura es un fracaso. Para mí el éxito es conseguir que una sola persona te escriba dándote las gracias por hacer algo tan simple como juntar un puñado de letras intentando darles algo de sentido, aunque a veces se me olvide.

En definitiva, que hoy no hay nada, así que no sigas leyendo y deja algo para el martes que viene.


martes, 3 de junio de 2025

Tus derechos, mi negocio

Ha comenzado el mes de junio, 30 días en los que por medio mundo (en el otro medio aún seguimos siendo ilegales) se celebran, conmemoran y reivindican actos en favor de los derechos del colectivo LGTBIQ+. Y, como cada año, las empresas más miserables lo apuestan todo al arcoiris porque no se pierden ni una fiesta. Esta práctica es comúnmente conocida como pinkwashing, que viene a hacer referencia a la estrategia de marketing que utilizan las empresas para sacar beneficios económicos de fingir que apoyan al colectivo u otras causas como la lucha feminista.

Así que si estáis pensando en comprar cualquier cosa que tenga que ver con el orgullo ni se os ocurra hacerlo a las grandes compañías. Buscad empresas locales, asociaciones y organizaciones que colaboren de verdad con causas relacionadas con el colectivo, porque muchas veces ese dinero va destinado a la propia asociación que lo vende, y no a una multinacional que solo se aprovecha de ello. Poner un logo con la bandera arcoíris no va a cambiar el hecho de que esas empresas estén ahora mismo financiando a conservadores que apoyan las terapias de reconversión, colaborando con el estado genocida de Israel, o que dependan en gran medida de financiación procedente de países donde ser una persona LGTBIQ+ es motivo de prisión e incluso pena de muerte.

El orgullo es un momento de reivindicación y lucha, no digo que no se puedan hacer celebraciones y fiestas también, pero que no estén financiadas por empresas cuya moral y ética se basa en colorear un logo durante un mes al año. Porque estoy muy cansado de ver en lo que algunas ciudades han convertido esta lucha, y parece que muchas personas han preferido que sus principios sean arrastrados por una corriente de dinero que luego recuperan con creces las marcas que han invertido para intentar limpiar un poco su imagen corporativa. 

A mi no me sirve de nada que alguien diga que me apoya si sus actos van encaminados a hacer justo lo contrario. Lo mismo ocurre con otros movimientos como el feminismo o las luchas antirracistas. ¿Para qué combatir las desigualdades si puedo lucrarme a su costa? Creo que esto lo he dicho en varios artículos, pero no es culpa mía vivir en un sistema capitalista que antepone el beneficio económico a cualquier derecho humano, así que no me voy a cansar de repetirlo aunque los reaccionarios digan que es un cliché.

Sin embargo, he de admitir que este año hay menos grandes marcas que se han sumado a la oleada de colorear su hipocresía, y ojalá fuese porque han recapacitado y asumido que se estaban aprovechando de un movimiento social para hacer caja. Pero lo cierto es que se debe al auge de los líderes conservadores, y ya no les interesa tanto fingir que nos apoyan cuando algunos de los presidentes más relevantes del mundo anuncian abiertamente que implementarán leyes que pretenden recortar derechos sociales en pos de la supremacía de su colectivo (el de la estupidez). Parece que vuelve a estar de moda apoyar a señores que nos recuerdan a aquellos fantoches con bigote de los años 40.

En definitiva, si realmente te importa la defensa de los derechos LGTBIQ+ no caigas en el marketing de estas empresas por un capricho consumista. Colabora con asociaciones y organizaciones cuya ética no esté supeditada a tu poder adquisitivo. Ya se ha desprestigiado bastante la imagen de nuestra lucha, es hora de actuar en consecuencia y no solo hablar de ello como algo banal que sabemos que ocurre pero dejamos que ocurra.