martes, 27 de mayo de 2025

No me puedo ir de Puente

Las monedas, las cintas de cassette, la luna, el ex de tu amiga... Hay muchos ejemplos sobre cosas que tienen dos caras, dos visiones diferentes de algo idéntico. Por desgracia el transporte ferroviario de nuestro país no se queda atrás. La alta velocidad se supera cada año, con más destinos y más frecuencias, dejando a España en el segundo puesto mundial con mayor extensión de kilómetros de este tipo. Algunas (muy poquitas) personas os estaréis preguntando cuál es la cara B de esta historia, pero los "provincianos" lo sufrimos a diario.

En la década de los ochenta en nuestro país se suprimieron casi un millar de kilómetros de vías que, según el gobierno de aquella época, eran deficitarias. Poco sorprende que el PSOE de Felipe González hablase así de un servicio público cuando el expresidente acabó formando parte del consejo de administración de una de las empresas públicas estratégicas que su partido se empeñó en privatizar. El cierre de líneas transversales afectó gravemente a poblaciones como Zamora, Soria, Salamanca o Jaén. Esto supuso el final de rutas tan emblemáticas como la Vía de la Plata, que vertebraba todo el oeste conectando las provincias de León y Cáceres. El objetivo de estas supresiones, y las que han seguido años posteriores, no es otro que el de fomentar casi en exclusiva aquellas conexiones que generen cierta rentabilidad económica a una empresa que cada vez es menos pública y que prefiere gastarse miles de millones en un pequeño tramo de Alta Velocidad, que hacer mantenimiento adecuado en líneas de cercanías y media distancia que son imprescindibles para quienes viven en ciudades pequeñas.

Como leonés este tema me toca de lleno porque no solo he nacido sin conocer la Vía de la Plata, sino que la línea de ferrocarril estrecho más larga de Europa pasa por mi pueblo (Boñar) y conecta decenas de localidades de la montaña leonesa con la capital de la provincia. He crecido viendo cómo esta línea que utilizan muchas personas necesitadas como único medio de transporte público disponible es maltratada, carece cada vez más de servicios adecuados, y desde hace 15 años no llega a su destino porque un intento fallido de construir un tranvía en León ha desmantelado varios kilómetros de vía en la ciudad. Algo que en otra ciudad ya estaría solucionado, pero el destino quiso que fuese León la que perdiese ese tren, otro más.

Hace unos días el presidente de Renfe anunciaba que se mejoraban los servicios de alta velocidad que conectan Madrid y Galicia, pero no para todos, ya sabéis que la cara B no tiene derecho a trenes. Esto supone eliminar varias paradas diarias en estaciones como las de Segovia, Medina del Campo y Puebla de Sanabria, cabecera de comarca en la que decenas de personas utilizan este transporte a diario para poder ir a trabajar y hacer gestiones a la ciudad de Zamora. Una campaña excelente de nuestro ministro de transportes, Oscar Puente, para facilitar la despoblación, porque en muchos lugares de este país se hace casi imposible vivir y trabajar en el mismo sitio, y si no tienes coche incluso es obligatorio mudarte para poder currar. 

Podría poner muchos más ejemplos de la maravillosa gestión ferroviaria de este país, de cómo Renfe pone a la venta con más antelación los trenes que van a Madrid que los que van a ciudades pequeñas, de el derribo de estaciones centenarias que formaban parte del patrimonio histórico, de desorbitados sobrecostes en obras mal ejecutadas como la variante de Pajares, o de trazados de vía que llevan sin actualizarse desde el siglo XIX. El caso es que en este país parece que toda conexión ferroviaria que no pase por Madrid está condenada a desaparecer o a recibir un trato vejatorio por parte del Ministerio de Transportes, independientemente de si gobierna el PP o el PSOE (para algunas cosas son igual de incompetentes). En cuanto a Oscar Puente, le invito a cuanto menos dejar la chulería a un lado y viajar a León a decirle a los vecinos y vecinas a la cara por qué no merecemos que el tren vuelva a llegar a la estación.


martes, 20 de mayo de 2025

El chico del piano

Hay personas, canciones, miradas y objetos que en una milésima de segundo nos transportan al pasado y nos recuerdan lo que fuimos e hicimos tiempo atrás, e inevitablemente nuestra mente activa ese mecanismo al que yo llamo "y si", porque por alguna extraña razón nos envuelve un aura de melancolía imaginando todo aquello que no hicimos. ¿Por qué no le dije que sí a esa persona? ¿Por qué no estudié lo suficiente para entrar en otra carrera? ¿Qué habría pasado si no hubiese dejado mis pasiones a un lado? Preguntas que aún sabiendo que no tienen respuesta nos hacemos igual, y a veces duele.

A mi me costó muchos años aprender a entender y controlar mis emociones, asimilar lo que me pasaba, y asumir que la depresión y la ansiedad, si bien afortunadamente no habían acabado conmigo, me cambiaron la vida por completo. No es nada fácil escuchar a los demás decir constantemente que "la adolescencia y la etapa universitaria son la mejor vida" cuando te has intentado suicidar con dieciséis y diecinueve años. Parece mentira que hayamos avanzado tanto (en teoría) en el campo de la salud mental y sigamos siendo incapaces de comprender las heridas de los demás, creyendo que la salud reside solo en aquello que se puede ver y tocar, que lo físico trasciende a lo psicológico, y que si estás "triste" es solo una etapa.

Tengo que agradecer muchas cosas a mucha gente porque os aseguro que salir de un pozo profundo no es nada fácil incluso con ayuda, pero el Abel de hace diez años estaría tremendamente orgulloso del de ahora. He dicho muchas veces que el peor efecto de la ansiedad es sin duda la pérdida de memoria. Y tanto otras personas que la padecen como mi psicóloga están de acuerdo, es muy duro ser tan joven y que algo así te haya arrebatado tantos recuerdos, ver etapas de tu vida completamente borrosas y olvidarte de cosas que formaban parte de ti es algo que nunca dejará de doler.

Cualquiera que me conozca sabe que soy una persona sensible que se emociona con facilidad, pero hay algo concreto que siempre me toca la fibra especialmente. Como he dicho al principio hay cosas que en un momento nos transportan al pasado, a lo más profundo de nuestros recuerdos, y a mi me ocurre cada vez que escucho un piano. Cuando tenía 15 años me apunté a clases de piano, estaba ilusionado porque realmente me gustaba, pero tan solo fui un año. Después la depresión consiguió quitarme la ilusión por todo, y, a pesar de tocar ocasionalmente por mi cuenta, esa pequeña luz se me fue apagando poco a poco. Dejé de sonreír, y cada vez que alguien me preguntaba sobre el piano contestaba con monosílabos con tal de no dar explicaciones. No hay nada que me de más rabia que haberme olvidado de partituras que un día me supe de memoria, de melodías que tocaba de oído y conseguían levantar el poco ánimo que me quedaba.

Sé que la mayoría diréis que soy muy joven y que nunca es tarde para retomar tus pasiones. Aunque por desgracia lo que me falta ahora es tiempo, que es precisamente lo que más requiere este instrumento. No descarto volver a pasar mis dedos por las teclas, pero si os soy sincero me duele en cierto modo recordar todo lo que ha pasado desde entonces, he cerrado muchas heridas pero necesito tiempo para curarlas del todo. Lo que más me consuela de todo esto es que miro atrás y entre toda esa niebla siempre vislumbro al chico del piano, sonriendo mientras espera que nos volvamos a encontrar.



martes, 13 de mayo de 2025

Te vas a morir igual

No es novedad que mi fe en la humanidad pende de un hilo bastante fino por un sinfín de razones, y la mayoría tienen que ver con el mismo tipo de personas. Pero me limitaré a mencionar tan solo un aspecto que nunca entendí y probablemente muera antes de encontrarle sentido. Me refiero a la acumulación (muy excesiva en algunos casos) de riqueza por parte de un puñado de personas.

Partiendo de la base de que la mayoría de milmillonarios actuales no han obtenido toda su fortuna por méritos propios (la meritocracia son los padres) resulta evidente cuestionar las prácticas ilegales y abusivas mediante las cuales este pequeño grupo de personas consiguen que cada año aumente más aún la enorme brecha que separa al 0,01% más rico del mundo del resto de mortales. Incluso aquellos que comenzaron de cero han conseguido mantener su patrimonio gracias al abuso de poder y la explotación laboral de personas vulnerables en países con una legislación más laxa y esclavista. Está claro que para esas personas no hay derechos humanos que se puedan anteponer a su imperiosa necesidad de satisfacer la avaricia que les corrompe. Pero tengo una pequeña noticia para ellos, no os vais a llevar nada a la tumba.

Puedo entender (aunque no lo comparta) que quieran tener una vida sin privarse de ningún lujo, más aún si son jóvenes y tienen todo el tiempo del mundo para fundirse esa fortuna. ¿Pero qué sentido tiene acumular riqueza sin más si cuando te mueras lo único que te quedará será polvo y cenizas? ¿De verdad compensa vivir a espaldas de la humanidad por tener más propiedades que años para disfrutarlas? Algunos defensores de quienes les aplastarían sin dudarlo dirán que lo que siento es envidia, pero nada más lejos de la realidad. Me preocupa seriamente que un puñado tan minúsculo de personas tenga tanto poder a su alcance, y que ese poder se sustente en el sufrimiento de los más desfavorecidos. Porque no olvidéis que no habría gente tan asquerosamente rica si no existiese gente tan extremadamente pobre.

Para quienes se sientan ofendidos no os preocupéis, esto no va por quienes ganan 10.000€ al mes. Hay gente que obtiene ese dinero cada hora. Gente que podría comprar una ciudad entera si quisiera, y gente que es capaz de matar, torturar y extorsionar a quien sea con tal de seguir aumentando su fortuna. Así que no, no me da envidia nadie que lleve una vida tan vacía y cuyos principios se sustenten en la acumulación de riqueza a cualquier precio. Si alguna vez fuisteis un poco idealistas y pensasteis en cambiar el mundo y hacer de él un lugar mejor, tened en cuenta que sois una amenaza para esa gente, porque luchar contra las desigualdades sociales implica destruir su modo de vida.

Como ya he dicho, mi fe en la humanidad es demasiado frágil, pero no desaparecerá mientras sigan existiendo personas idealistas que desafíen a todo un sistema abusivo en pos de una sociedad más justa y humanitaria.


martes, 6 de mayo de 2025

La esperanza es el anticapitalismo

Hoy me apetece hacer una pequeña reflexión en base a una serie documental que estoy viendo y me está gustando bastante. Se llama 'Hope! Estamos a tiempo', un documental presentado por Javier Peña (a quien seguía desde hace tiempo) sobre diferentes actos significativos que se están llevando a cabo en muchas partes del mundo para luchar contra el cambio climático. Podéis verlo en la plataforma de RTVE Play (es gratis, así que no tenéis excusa para no hacerlo). Lo que pretende esta serie documental es poner el foco en los cambios positivos que están logrando muchos proyectos medioambientales, en vez de seguir bombardeando a la gente con la cara más pesimista y alarmante del cambio climático.

No es ninguna sorpresa que me apasionan los temas medioambientales, crecí viendo los documentales de la 2 y empecé a colaborar con Greenpeace cuando aún no había terminado el instituto. Además considero que cualquier persona que se diga de izquierdas debe estar comprometida con la causa ecologista porque todas las luchas sociales tienen un enemigo común, el sistema de producción capitalista. Y aunque todavía mucha gente crea que esta frase no es más que un mantra que repetimos como si fuese un comodín vacío de contenido, lo cierto es que tenéis cientos de artículos y ensayos al respecto que hablan claramente de cómo perjudica a la sociedad y el ecosistema vivir en un sistema cuyo sustento se basa en producir sin control, dejando en un plano casi inexistente las necesidades básicas de las personas y los derechos humanos.

En los capítulos que hay disponibles sobre este documental (aún quedan algunos capítulos por emitirse) se han expuesto problemas muy graves que han puesto en peligro la biodiversidad de muchos lugares, y al mismo tiempo soluciones que un grupo de personas han llevado a cabo para revertir la situación. No deja de ser curioso que siempre todas esas soluciones pasen por dejar de hacer algo que conlleva a la sobreproducción (exceso de pesca, macrogranjas, uso excesivo de pesticidas, etc) y esperar a que la naturaleza siga su curso. Que el ser humano deje de ser una especie invasora en arrecifes, montañas e incluso ciudades es lo mejor que le puede ocurrir al planeta. Y todo ello pasa por dejar de producir en exceso para que unos pocos se puedan enriquecer mientras una mayoría se sigue empobreciendo.

En España alrededor de un tercio de la comida acaba en la basura, y a las grandes empresas de la alimentación les da exactamente igual porque su objetivo es producir mucho para vender mucho, no acabar con el hambre en el mundo. ¿Por qué permitimos que todos esos recursos acaben en la basura si podemos producir menos y al mismo tiempo cubrir las necesidades de todo el mundo? Lo mismo pasa con la industria textil, que malgasta millones de litros de agua diarios para producir ropa que en muchas ocasiones a penas se usa una media de 10 veces. No hablemos ya de la industria cárnica, donde no solo podemos hablar de sufrimiento animal, si no que la superproducción de las macrogranjas está dañando el medioambiente, contaminando acuíferos, y aumentando cada vez más la deforestación (recordemos que más de la mitad de la producción agrícola se utiliza para alimentar el ganado).

En definitiva, creo que necesitamos ser muy claros al respecto y ser conscientes de que la lucha contra el cambio climático tiene un componente político esencial, y de nada sirve reciclar o decir que apoyas determinadas causas ecológicas si no te posicionas claramente en contra del sistema capitalista. Dejemos de vivir para producir, o mejor dicho, dejemos de producir para poder vivir.