Las monedas, las cintas de cassette, la luna, el ex de tu amiga... Hay muchos ejemplos sobre cosas que tienen dos caras, dos visiones diferentes de algo idéntico. Por desgracia el transporte ferroviario de nuestro país no se queda atrás. La alta velocidad se supera cada año, con más destinos y más frecuencias, dejando a España en el segundo puesto mundial con mayor extensión de kilómetros de este tipo. Algunas (muy poquitas) personas os estaréis preguntando cuál es la cara B de esta historia, pero los "provincianos" lo sufrimos a diario.
En la década de los ochenta en nuestro país se suprimieron casi un millar de kilómetros de vías que, según el gobierno de aquella época, eran deficitarias. Poco sorprende que el PSOE de Felipe González hablase así de un servicio público cuando el expresidente acabó formando parte del consejo de administración de una de las empresas públicas estratégicas que su partido se empeñó en privatizar. El cierre de líneas transversales afectó gravemente a poblaciones como Zamora, Soria, Salamanca o Jaén. Esto supuso el final de rutas tan emblemáticas como la Vía de la Plata, que vertebraba todo el oeste conectando las provincias de León y Cáceres. El objetivo de estas supresiones, y las que han seguido años posteriores, no es otro que el de fomentar casi en exclusiva aquellas conexiones que generen cierta rentabilidad económica a una empresa que cada vez es menos pública y que prefiere gastarse miles de millones en un pequeño tramo de Alta Velocidad, que hacer mantenimiento adecuado en líneas de cercanías y media distancia que son imprescindibles para quienes viven en ciudades pequeñas.
Como leonés este tema me toca de lleno porque no solo he nacido sin conocer la Vía de la Plata, sino que la línea de ferrocarril estrecho más larga de Europa pasa por mi pueblo (Boñar) y conecta decenas de localidades de la montaña leonesa con la capital de la provincia. He crecido viendo cómo esta línea que utilizan muchas personas necesitadas como único medio de transporte público disponible es maltratada, carece cada vez más de servicios adecuados, y desde hace 15 años no llega a su destino porque un intento fallido de construir un tranvía en León ha desmantelado varios kilómetros de vía en la ciudad. Algo que en otra ciudad ya estaría solucionado, pero el destino quiso que fuese León la que perdiese ese tren, otro más.
Hace unos días el presidente de Renfe anunciaba que se mejoraban los servicios de alta velocidad que conectan Madrid y Galicia, pero no para todos, ya sabéis que la cara B no tiene derecho a trenes. Esto supone eliminar varias paradas diarias en estaciones como las de Segovia, Medina del Campo y Puebla de Sanabria, cabecera de comarca en la que decenas de personas utilizan este transporte a diario para poder ir a trabajar y hacer gestiones a la ciudad de Zamora. Una campaña excelente de nuestro ministro de transportes, Oscar Puente, para facilitar la despoblación, porque en muchos lugares de este país se hace casi imposible vivir y trabajar en el mismo sitio, y si no tienes coche incluso es obligatorio mudarte para poder currar.
Podría poner muchos más ejemplos de la maravillosa gestión ferroviaria de este país, de cómo Renfe pone a la venta con más antelación los trenes que van a Madrid que los que van a ciudades pequeñas, de el derribo de estaciones centenarias que formaban parte del patrimonio histórico, de desorbitados sobrecostes en obras mal ejecutadas como la variante de Pajares, o de trazados de vía que llevan sin actualizarse desde el siglo XIX. El caso es que en este país parece que toda conexión ferroviaria que no pase por Madrid está condenada a desaparecer o a recibir un trato vejatorio por parte del Ministerio de Transportes, independientemente de si gobierna el PP o el PSOE (para algunas cosas son igual de incompetentes). En cuanto a Oscar Puente, le invito a cuanto menos dejar la chulería a un lado y viajar a León a decirle a los vecinos y vecinas a la cara por qué no merecemos que el tren vuelva a llegar a la estación.