martes, 18 de febrero de 2025

Sin León no hubiera España

"Sin León no hubiera España, antes que Castilla leyes, concilios, fueros, y reyes dieron prestigio a León." Así comienza el himno de la ciudad de León, haciendo referencia a la importancia histórica de esta tierra en la historia de España. Esta canción ha sido utilizada por miles de leonesas y leoneses con motivo de orgullo en múltiples ocasiones, incluidas las movilizaciones por la autonomía de León. Pero, ¿hasta qué punto es contradictorio exigir una autonomía que nos fue negada arbitrariamente mientras nos orgullecemos de que el Estado español no sería nada sin León? Esta es quizá una de las reflexiones más complejas y polémicas que puedo hacer como leonés, pero me parece necesario ahondar en este tema si queremos que el movimiento de lucha por nuestra autonomía cobre mayor fuerza.

Hace unas semanas publiqué en este mismo blog un artículo hablando sobre los pueblos de León y de Castilla, haciendo hincapié en el hecho de que el problema de uno no es exclusivamente consecuencia del otro y viceversa. Hoy no solo me reafirmo y repito que la situación de León no es culpa de Castilla, si no que pretendo ir más allá. ¿Qué independencia política tiene Castilla como ente administrativo para ejercer ese poder en contra de la voluntad de la sociedad leonesa? Aquí el enemigo es otro, el mismo que sale en el himno de León y del que algunos se enorgullecen de ser súbditos, el estado español.

Precisamente Castilla fue fragmentada tras el 'régimen del 78', con un reparto autonómico perfectamente pactado por señores incluso de León (maldito sea el fascista de Martín Villa) para aupar a Madrid y ningunear la soberanía del País Leonés y su derecho a constituirse como Comunidad Autónoma independiente. La jugada les ha salido genial incluso cuatro décadas después, pues se han encargado bien de escurrir el bulto y fomentar el odio entre dos pueblos sin soberanía, mientras sus gentes siguen rindiendo pleitesía a un sentimiento identitario tan ficticio como otro pero culpable de su falta de autonomía. 

Como leonés estoy muy cansado de la hipocresía de quienes con la bandera púrpura en alto gritan "puta Castilla" al mismo tiempo que se sienten orgullosos de ser españoles, cuando es precisamente ese orgullo, mezclado con cierta ignorancia, lo que les impide comprender que a León la tiene más sometida España que Castilla. Porque es más fácil caer en el tradicional discurso populista que pararse a reflexionar sobre el papel del País Leonés en un tablero territorial en el que nuestros políticos, los que los propios leoneses han elegido, van a mirar siempre más por lo que sus partidos con sede en Madrid digan (en nombre de España) que por las necesidades e intereses de la ciudadanía a la que supuestamente representan. 

En definitiva, a mi me da exactamente igual que sin León no hubiera España, cuando esa España es la responsable con sus políticas territoriales de negarle a León un derecho constitucional que lleva reclamando desde que se constituyeron las comunidades autónomas. Y hasta que este mensaje no cale dentro del movimiento autonomista leonés mucho me temo que poco o nada conseguiremos avanzar con la causa.




martes, 11 de febrero de 2025

El club de los 27

Jimi Hendrix, Janis Joplin, Brian Jones, Jim Morrison, Kurt Cobain y Amy Winehouse son artistas que tienen algo en común más allá de la música. Estas personas, junto con unas cuántas más, forman parte del conocido "club de los 27", formado por varios artistas de distintas épocas que fallecieron a esa edad. Es curioso cómo a pesar de irse tan jóvenes su esencia ha perdurado a lo largo del tiempo y sus obras siempre están presentes. Os preguntaréis a qué viene todo esto. Hoy la persona que os escribe (un servidor) cumple exactamente 27 años, una edad a la que, siendo totalmente sincero, nunca creí que fuese a llegar.

No es fácil admitir esto, pero durante muchos años mi intención no era otra que desaparecer de este mundo cuanto antes mejor. A los 16 años me diagnosticaron depresión, una enfermedad por la que ningún adolescente, y ninguna persona en general, debería pasar. Durante esa oscura etapa de mi vida las autolesiones eran constantes, mi mayor enemigo (yo mismo) se encargaba de hacerme creer que no merecía vivir, y llegué incluso a prometer que moriría antes de cumplir los 18 años.

El día de mi decimoctavo cumpleaños en vez de sentir alegría lo único que pensaba era "eres tan cobarde que no has sido capaz ni de quitarte de en medio." A los 19 la depresión aún seguía conmigo, y en un arrebato de ira y sufrimiento intenté quitarme la vida. Quizá si en aquel momento no hubiese estado cerca de algunas personas ahora mismo no estaría aquí escribiendo esto. A todos estos acontecimientos les siguieron muchos meses de terapia, muchas sesiones que tuve que abonar de mi bolsillo ahorrando como podía porque tristemente la seguridad social es demasiado lenta e ineficiente tratando temas tan urgentes y complejos como este. Ojalá tener salud mental no fuese un privilegio, ojalá más medios públicos para quienes realmente lo necesitan.

Gracias a mis psicólogas, a toda la gente que me quiere y me apoya, y a un esfuerzo titánico que ni yo mismo sé de dónde saqué, conseguí con los años salir de un pozo en el que pensé que estaba destinado a vivir. Soy consciente de que a pesar de los cambios a mejor mis cicatrices me seguirán acompañando toda mi vida, pero es algo que hace un tiempo ya asumí, no puedo cambiar el pasado pero tampoco puedo hacer como si aquel Abel nunca hubiese existido. El presente de una persona no lo definen sus actos del pasado si no la forma de afrontarlos y seguir adelante pese a ellos.

Por eso hoy que cumplo 27 años, una edad "maldita" según el ideario de la cultura popular, no he podido evitar hacer un viaje al pasado y reflexionar sobre todo lo ocurrido. Porque hace mucho tiempo hubo un Abel que no quería llegar a los 18 y hoy hace nueve años que los cumplí. Hoy celebro que estoy aquí porque quiero estar, y me parece el regalo más bonito que uno pueda tener.



martes, 4 de febrero de 2025

Febrero

Apareció mi sonrisa tras un acto tan simple como arrancar una hoja del calendario. Ahí estaba esperándome como cada año, jamás faltaba a su cita. Nunca supe por qué ansiaba cada año que llegase el 31 de enero, las 23:59, solo un minuto. La espera fue larga, 11 meses que, por muy maravillosos que pudiesen ser, no se comparaban con él. Podría decirse que febrero es mi mes favorito, pero pecaría de simple si lo resumiese solo en eso. Es cierto que siempre me gustó más que otros meses, y durante mucho tiempo no supe explicar por qué. Tal vez suene absurdo, pero siempre me he sentido identificado, en cierto modo, con él.
Nunca entendí el calendario, meses irregulares que alternaban días, uno más o uno menos, el caso es que sumasen esos 365, y seis horas, que tiene cada año. Treinta o treinta y uno, así lo quisieron, pero no para él, su tarea sería más importante, diferente y especial. A él le encomendaron solamente veintiocho, cuatro semanas perfectas, con sus siete días cada una, algo maravilloso para un amante de la simetría. Pero, debido a esas seis horas de más que muchos ignoran al año, el mes más pequeño y especial tendría la oportunidad de sumar un día más a su calendario, una vez cada cuatro años. Quizá esa era una de las razones por las que me sentía identificado con él, siempre me consideré raro, diferente, incluso fuera de lugar. Febrero era aquel mes que me hacía sentir especial, incluso en épocas en las que me odiaba a mi mismo.
Pero no fueron solo sus días irregulares los que le hicieron especial para mí. Está exactamente en medio del invierno, mi estación favorita. El frío llama siempre a mi puerta en febrero, con suerte rodeado de nieve, nunca falta. Esa nieve que tan feliz me hace, con la que juego durante horas como el niño que nunca dejaré de ser. Mi cumpleaños, el undécimo día de mi mes favorito, pues si la vida es así de curiosa, once son también los meses que me separan de esa sensación de agrado que me provoca. Si tuviese que poner un color a los meses, sin duda febrero sería azul, como el cielo despejado los días posteriores a la nieve, mi color favorito. Un color frío, como la temperatura que irradia y tan bien le sienta a mi caluroso corazón. Febrero es frío, azul, especial y nevado, tiene todo lo que me gusta, y por eso me gusta tanto.