Papel y cartón al contenedor azul, plástico y envases al amarillo, el vidrio hay que tirarlo en el verde, separar también la basura orgánica del resto... La teoría la sabemos de memoria porque llevamos muchos años escuchando cómo llevar a cabo el reciclaje diario de todos los residuos que producimos. Y si se te olvida no te preocupes, tienes un sinfín de anuncios bombardeándote sobre la importancia de hacerte responsable de ese reciclaje. ¿Pero hasta qué punto estás dispuesta a colaborar?
Puede que el titular de este artículo os descoloque un poco, pero espero que acabéis entendiendo el mensaje. Cada año se producen más de 400 millones de toneladas de plástico, lo que equivale aproximadamente al peso de 400 millones de coches. Alrededor de la mitad de esos plásticos se utilizarán una sola vez, y luego irán a la basura (sí, al amarillo). Una parte (pequeña) de esas cantidades se recicla, la mayoría acaba en lugares como la isla de basura del Pacífico, contaminando ecosistemas enteros y poniendo en peligro la flora y fauna marinas. Cada año reciclamos más, y cada año aumenta el volumen de basura que contamina nuestro planeta, ¿por qué? ¿Qué estamos haciendo mal?
En primer lugar estamos mirando al dedo cuando nos señalan la luna. Las campañas de reciclaje tienen el fin de reutilizar los residuos que tiran a la basura los consumidores finales de estos productos, poniendo el foco en la responsabilidad individual de los consumidores. ¿Pero qué pasa con los productores? ¿Por qué gastar tantas fuerzas en hacer sentir culpable de la contaminación a millones de personas? Podría hacer un análisis exhaustivo sobre ello, pero la principal razón es evidente; porque es más barato. Son muchas las asociaciones ecologistas las que llevan años haciendo presión social sobre este problema, intentando poner el foco sobre las multinacionales que producen estos residuos para enriquecerse económicamente de ello. Pero los gobiernos de todo el mundo siguen siendo muy laxos y no existe ninguna ley que prohíba comercializar plásticos de un solo uso.
En segundo lugar, hay que reconocer que en este último siglo se han conseguido avances al respecto, pero lo máximo que se ha logrado han sido acuerdos para multar a aquellas empresas que contaminen demasiado. ¿Y qué hacen? Pagar una tasa ridícula para seguir haciéndolo, porque les sale a cuenta comprar contaminación, y mientras tanto las organizaciones gubernamentales pueden venderte el discurso de que "han hecho todo lo que podían para presionar a estas empresas." Pero a las instituciones también les sale más barato hacer recaer la culpa de este problema sobre los pequeños consumidores, hasta el punto de crear empresas de reciclaje que en algunos casos se usan como tapadera para ocultar otro tipo de prácticas abusivas con el medioambiente.
Así que no, no quiero reciclar, quiero que se tomen medidas contundentes y eficaces para que se dejen de fabricar eso productos de los que luego me van a hacer responsable a mi. No quiero que se multe a esas empresas, quiero que se les prohíba llevar a cabo una práctica que está acabando con el planeta. Lo peor de todo es que, como muchos de los que estaréis leyendo esto, sí que me esfuerzo cada día por reciclar, pero quiero que se deje de culpabilizar a la población por no hacer algo que no es responsabilidad suya. Porque no es justo ser tan permisivo con quienes crean el problema y luego exigirle a la parte más vulnerable que aplique soluciones. Reciclar es importante, pero más lo es denunciar los abusos que cometen cada día las élites productivas que se lucran destrozando nuestro planeta.